Deus Volt - La crónica III

Aquí os dejo la tercera parte de esta crónica.

Que la disfruteis.

 

Un saludo desde Girona

 

Albert Tarrés

 

 

Crónica Deus Vult: Un regalo para un Rey (parte 1)

DE CÓMO UNOS PROCURARON LA MUERTE DE SM EL REY ENRIQUE II EN SEVILLA

Cuentan las crónicas de Sevilla, que años después de que subiera al trono de Castilla su hijo Enrique II, se quiso homenajear con una recepción en los Reales Alcázares y la entrega de la espada de Fernando III, conquistador de Sevilla.
Acompañando a estos fastuos, diversos miembros de la Corte organizan en sus residencias sevillanas recepciones en favor de la Reina Juana. En una de las últimas, el Conde de Medinaceli, Gastón de Bearn y la Cerda, celebra una recepción en su palacio cerca de la Puerta de Carmona en Sevilla. Después de una opípara cena y un sencillo baile, algunos de los invitados, entre ellos la Reina, quedaron en el palacio como huéspedes del Conde de Medinaceli.
Pero la noche ni iba a ser tan tranquila como parecía, y el turbio se inició en mitad de la noche, cuando un grito proveniente de los aposentos del verano de condesa despertó y alertó a parte de la guardia. Un hombre había entrado en los aposentos de la condesa y, después de robar un medallón familiar, saltó a la calle desde la pequeña ventana de la habitación. Debido a las dudas sobre la fidelidad de los miembros de la guardia de la casa (alguien debía haber dado acceso al ladrón) se contó con ilustres miembros alojados en el palacio para resolver la situación: Joao do Tavira, guardia personal del Conde de Tavira; el Conde de la Caleta; Severo de Otxoa, guardia real de Su Majestad la Reina y Don Leopoldo Torrado, cortesano de la Reina.
Después de recorrer las oscuras calles de la ciudad y de llenar algún que otro estómago vacío, tuvieron a bien descubrir que un tal Juan el Gato, villano del barrio de Triana, había tenido algo que ver en el entuerto. Prestos hacia allá se dirigieron, no sin antes pertrecharse para esconder alguno de ellos su noble cuna. Cruzando el puente de barcas, que tan valientemente rompieron las tropas de Fernando III en su conquista hispalense, llegaron los señores al barrio de Triana, lugar de artesanos, marineros y otros de oficio desconocido. Una vez dejado atrás los altos muros del Castillo de San Jorge, alejados de la protección de la luz de sus antorchas, introdujéronse en un barrio más allá de la parroquia de Santa Ana. Un grupo de vecinos de Sevilla, quizás los primeros gitanos que tuvieron a bien afincarse en toda Castilla, habían formado una pequeña comunidad más fuera que dentro de las leyes de Su Majestad. Un viejo respetado, llamado Juan el Viejo, les recibió a alguno de ellos acompañado de toda su familia. Es curioso como esta gente acostumbran a trasnochar alrededor de una gran fogata para calentarse y contar historias. El respeto a los mayores parece muy importante en su forma de ser y su ocupación, según dicen ellos, es el de vender por aquí y allá lo que tienen a bien, arreglar lo que se rompa en la casa y, según otros, escamotear unas monedas o incluso bienes a quienes en sus casas le dejan entrar.
Sorprendidos, los enviados de los Medinaceli descubrieron como una copia del medallón de doña Mencia, la condesa, habiendo hecho un trato por el pago del mismo que tuvieron que mantener aun siendo falso (dicen las crónicas que unos meses después el Conde de la Caleta tuvo que requerir judicialmente a la Casa de Medinaceli una deuda de 300 maravedíes que sin duda provienen de este hecho). Pareciendo que la actitud de el Viejo era auténtica y que apenas sabía que era falso, la presión familiar hizo que el Gato confesara el verdadero origen del encargo. Un tal José Navarro, cortesano y algo más de la condesa, había encargado el robo y la sustitución del medallón. Más allá no podía saber más el pobre desdichado, que si bien hizo ganar mucho dinero a su gente, no pudo evitar los reproches de algunos de los suyos…por no haber escamoteado también el original.
De vuelta al palacio, buscando al tal Navarro, un grito nocturno vuelve a estremecer el sueño. Esta vez no venía de la zona noble, si no de donde descansa el servicio. Al acudir a la llamada, el soldado Severo de Otxoa descubrió como un hombre vestido con una túnica marrón bastante gastada, con una capucha roída que le tapaba la cara, sostenía un cuchillo. A sus pies, una sirvienta personal de la condesa, embarazada con la barriga rajada y ensangrentada daba su última expiración…
Intentando evitar el intento de huida que después se produjo, Severo cerró la puerta unos segundos hasta que llegaran refuerzos, para después volver a abrirla para ser testigo de un gran horror. El hombre de la túnica, levantó su mirada, se trataba de José Navarro quién, acercando el cuchillo al cuello, dijo: -Lo hice por una buena razón; procediendo a rebanar su cuello para morir casi en el acto. El cobarde Navarro, autor además de la muerte de una futura madre y su hijo, se despidió de la vida mediante el peor pecado que puede cometer un hombre: insultar a nuestro Señor arrebatándole la disposición que tiene sobre nuestra vida y acabando con ella de forma fulminante.
Fin de la parte 1

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